Como la verdadera felicidad reside en nosotros y solo depende de nosotros, nada exterior es importante y no debiéramos preocuparnos por ello ni pretender cambiar lo de fuera. Un estoico centra todos sus esfuerzos en alcanzar la virtud interior, que depende únicamente de él mismo, y justamente es esa su fortaleza. No importa qué tan mal esté todo en el exterior, no importa qué desgracias ocurran en el mundo, el estoico no se perturba ni le teme al porvenir, pues ha alcanzado la ataraxia: la imperturbabilidad de ánimo. De esta forma vive siempre en paz, pues su paz viene de él mismo, de su interior, y no del contexto en que se encuentra.
A diferencia de los cínicos, que se oponían a la vida en sociedad y ridiculizaban y trataban de tontos a todos aquellos que aún no habían abierto los ojos, los estoicos no despreciaban a sus semejantes ni eran duros con ellos. Compartían la visión crítica de los cínicos pero diferían con ellos en las formas para relacionarse con la sociedad. Los estoicos eran cosmopolitas. Consideraban que el mundo entero era una totalidad unida por una ley universal, y por tanto no podían ser de un lugar u otro por su cultura o nacimiento, pues no existía división alguna en realidad. Ellos se sentían parte del todo, sin importar donde se encontraban eran parte del universo. Los verdaderos ciudadanos del mundo.